Mientras yo leía O Universo numa Casca de Noz (El Universo en una Cáscara de Nuez), del físico británico Stephen Hawking, me pregunté si había algún lector lego como yo conseguiría entender todo aquello. Los arañazos en mi auto-estima fueron reparados cuando leí la siguiente declaración de Richard Feynman: “Nadie entiende la física cuántica.” ¡Uff! Feynman es uno de los mayores especialistas en física cuántica del mundo y detentor de un Nobel de Física. Me sentí humillado, ya que comparto con las eminencias en el asunto, un grado (muy mayor, es claro) de ignorancia.
Lo que me llama la atención de verdad es el hecho de que hay mucha gente intentando entender los misterios del cosmo, y los libros de divulgación científica han tenido mucho éxito. El libro de Hawking, el que me he referido, por ejemplo, ocupó la lista de uno de los más vendidos de la revista Veja por semanas seguidas, aunque habiendo sido considerado por especialistas como muy complicado para los no iniciados.
¿Por qué, al final, nos gustan cada vez más libros sobre glúons, leptons, agujeros negros, gravedad que “tuerce” el espacio y el doblez en el tiempo? ¿Por qué queremos entender complicaciones como el Modelo Patrón, un sumario de todo lo que se sabe sobre las partículas elementales, o la Teoría de Todo, que busca medios de unificar todas las interacciones de la naturaleza en una gran hipótesis explicativa?
Una posible respuesta sería: es porque eso es parte del espíritu humano, que no se contenta con la realidad “sencilla” en la cual está insertado. En las palabras del matemático y filósofo Blaise Pascal: “No hace falta una gran sublimidad de alma para percibir que en esta vida no hay verdadera y sólida satisfacción, que todos nuestros placeres son mera vanidad, que nuestras aflicciones son infinitas y, finalmente, que la muerte... nos amenaza a cada momento. ... Vamos a ponderar estas cosas y después decir si no está fuera de duda que la única buena cosa de esta vida es la esperanza de otra vida, que nos ponemos felices sólo al acercarnos a ella.” – Pensées, p. 129.
Desde los tiempos de la antigüedad, las personas buscan dar explicaciones para las cosas, llegando muchas veces a apelar al misticismo o a los mitos, para “explicar” lo entonces inexplicable. Como dijo Albert Einstein, “la más bella experiencia que podemos tener es la del misterio. Él es la emoción fundamental que está en la cuna de la verdadera ciencia. El que no sabe de eso y ya no consigue sorprenderse o maravillarse, está prácticamente muerto”. Y la opinión de Einstein es compartida por otros grandes científicos – como Niels Bohr, Max Planc y Werner Heinsenberg -, que han concluido que en el universo racional hay espacio para maravillas incomprensibles.
Cuando se deja de dorar la píldora, se percibe que hay muchos misterios que, en vez de maravillar, asombran la humanidad. Ejemplos: ¿Qué ocurre después de la muerte? ¿Cómo será el fin del Universo? ¿Existe un Creador o somos frutos de la casualidad? Felizmente, la Biblia provee la mayor parte de las respuestas a preguntas inquietantes como éstas. Pero, infelizmente, no son todos los que están dispuestos a adoptarlas como fuente segura de informaciones. Según el principio de Ockham, cuanto más sencilla una explicación, mejor es ella. Y la Palabra de Dios provee esas respuestas sencillas; algunas, como la creación del Universo, tan sencilla que buena parte de dicha comunidad científica no las acepta. Ahora, toda consecuencia proviene de una causa; si la realidad existe, es porque alguna “cosa” o alguien la originó.
Negar la existencia del Originador de la realidad sólo porque Él está más allá de los métodos científicos de determinación de lo que es “real”, es más o menos como una historia que recibí por correo electrónico hace un tiempo:
Un día, en el aula, la profesora estaba explicando la teoría de la evolución a sus alumnos. Ella preguntó a uno de los estudiantes:
- Tomás, ¿estás viendo aquel árbol afuera?
- Sí, contestó el chico.
La profesora vuelve a preguntar:
- ¿Ves el césped?
Y el chico contesta prontamente:
- Sí.
Entonces la profesora le pidió a Tomás que saliera del aula, mirara hacia arriba y le dijera si podía ver el cielo. Tomás salió, volvió al aula, y dijo:
- Sí, profesora. Yo vi el cielo.
- ¿Viste a Dios?
El chico contestó que no. La profesora, dirigiéndose a los demás alumnos de la sala, dijo:
- De eso estoy hablando. Tomás no pudo ver a Dios, porque Dios no está allí. Entonces podemos concluir que Dios no existe.
En aquel momento, Pedrito se levantó y pidió permiso a la profesora para hacer algunas preguntas más a Tomás.
- Tomás, ¿ves el césped afuera?
- Sí.
- ¿Ves los árboles?
- Síííííííí.
- ¿Ves el cielo?
- ¡Claro que sí!
- ¿Consigues ver el cerebro de la profesora?
- No – contestó Tomás, hallando la pregunta un poco rara.
Pedrito, dirigiéndose entonces a los compañeros de la clase, dijo:
- Compañeros, de acuerdo con lo que hemos aprendido hoy, podemos concluir que la profesora no tiene cerebro.
No sé qué consecuencias hubieron con las palabras de Pedrito, pero esa situación nos muestra que no siempre lo tangible, visible o testable es la única realidad.
** CONSEJOS INSPIRADOS
Es bueno apegarnos a los consejos de la inspiración cuanto a ese tema de la búsqueda de respuestas:
“Si bien es cierto que Dios ha dado pruebas evidentes para la fe, él no quitará jamás todas las excusas que pueda haber para la incredulidad. Todos los que buscan motivos de duda los encontrarán. Y todos los que rehusan, aceptar la Palabra de Dios y obedecerla antes que, toda objeción haya sido apartada y que no se encuentre más motivo de duda, no llegarán jamás a la luz” (El Conflicto de los Siglos, p. 314).
“El que aguarda hasta tener un conocimiento completo antes de querer ejercer fe,
no puede recibir bendición de Dios. No es suficiente creer acerca de Cristo; debemos creer en él” (El Deseado de Todas las Gentes, p. 328).
“Debes estar resuelto a creer aunque nada te parezca real ni verdadero” (Mensaje para los Jóvenes, p. 152).
Pienso que mucho más que la búsqueda de respuestas existenciales – aunque ese sea un empreendimiento importante -, está el prepararse para la vida eterna. Allí “todos los tesoros del universo se ofrecerán al estudio de los redimidos de Dios. Libres de las cadenas de la muerte, se lanzan en incansable vuelo hacia los lejanos mundos- mundos a los cuales el espectáculo de las miserias humanas causaba estremecimientos de dolor, y que entonaban cantos de alegría al tener noticia de un alma redimida. Con indescriptible dicha los hijos de la tierra participan del gozo y de la sabiduría de los seres que no cayeron. Comparten los tesoros de conocimientos e inteligencia adquiridos durante siglos y siglos en la contemplación de las obras de Dios” (El Conflicto de los Siglos, p. 395).
Michelson Borges es periodista, miembro de la Sociedad Creacionista Brasileña (www.scb.org.br) y autor de los libros A Historia da Vida (La Historia de la Vida), Por Que Creio (Porque Creo) y Nos Bastidores da Mídia (En los Bastidores de la Mídia) (www.cpb.com.br)
Traducido por Cleber Reis (Uberlândia, Minas Gerais - Brasil) – cleber_reis@hotmail.com
Corregido por Agustina Varela Chanona (Villahermosa, Tabasco - México) – gutty_varela@hotmail.com