Afirmar que Dios no es el Creador basándose en el modelo de la evolución es herir las bases de la ciencia y de la lógica
En su libro Por qué creo en el que ha hecho el mundo, el presidente de la Federación Mundial de Científicos, Dr. Antonino Zichichi, hace afirmaciones muy valientes y poco convencionales en el mundo científico. Según él, hay flagrantes mistificaciones en el edificio cultural moderno y éstos pasan, muchas veces, desapercibidos para el público en general. He aquí algunos ejemplos:
Hace que la gente crea que ciencia y fe son enemigas. Que ciencia y técnica son la misma cosa. Que el cientificismo ha nacido en el corazón de la ciencia. Que la lógica matemática ha descubierto todo y que, si las matemáticas no puede descubrir el “Teorema de Dios”, es que Dios no existe. Que la ciencia ha descubierto todo y que, si no descubre a Dios, es que Dios no existe. Que no existen problemas de ningún tipo en la evolución biológica, sino certezas científicas. Que somos hijos del caos, siendo él la única frontera de la ciencia.
Para Zichichi, la verdad es bastante diferente. Y la manera de probar la incoherencia de las mistificaciones mencionadas consiste en comprender exactamente qué es ciencia.
Fue Galileo Galilei quién sentó las bases de la ciencia experimental. La grandeza de ese físico y astrónomo italiano, para quien “el Universo es un texto escrito en caracteres matemáticos”, no reside tanto en sus extraordinarios descubrimientos astronómicos, sino en la búsqueda para averiguar si el resultado de experiencias era o no contrario a la validad de determinadas leyes. Para Galileo, las teorías deberían ser probadas y repetidas a fin de ser consideradas verdaderas. Gracias a él, se puede hacer separaciones entre el imanente y el trascendente. Como decía uno de los padres de la física moderna, Niels Bohr, resumiendo el pensamiento galileano, no existen teorías bonitas ni teorías feas sino teorías verdaderas y teorías falsas.
Por eso, Zichichi afirma: “Ni las matemáticas ni la ciencia pueden descubrir a Dios por el simple hecho de que estos dos logros del intelecto humano actúan en el imanente y jamás podrían llegar al Trascendente” (Op. cit, p. 16)
Una teoría como la de la evolución de las especies, con tantos “eslabones perdidos”, desarrollos milagrosos (ojo, cerebro, DNA, etc.), extinciones inexplicables y fenómenos irreproductibles no es ciencia galileana. “He aquí porque”, dice Zichichi, “la teoría que desea poner el hombre en el mismo árbol genealógico de los simios está por debajo del nivel más bajo de credibilidad científica. ... Si el hombre de nuestro tiempo tuviera una cultura verdaderamente moderna, debería saber que la teoría evolucionista no hace parte de la ciencia galileana. Le faltan los dos pilares que permitirían el gran giro de 1600: la reproducción y el rigor. En suma, discutir la existencia de Dios, basado en lo que los evolucionistas han descubierto hasta hoy, no tiene nada que ver con la ciencia. Con el oscurantismo moderno, sí” (p. 81 y 82).
Por más que algunos quieran ignorar la realidad, las premisas y la filosofía de vida de los investigadores influyen directamente en sus investigaciones. Un buen ejemplo es el del geólogo y pensador evolucionista de la Universidad de Harvard, Stephen Jay Gould (fallecido en 2002). Él era marxista y es el autor de la teoría del equilibrio puntuado (“saltacionismo), que es casi una trasposición literal de la idea de la revolución para el mundo natural. Por ese motivo, aunque Gould tenga bastante éxito como escritor, gran parte de la comunidad científica reprocha sus ideas “evolucionistas marxistas”.
Y la conclusión de José Luiz Goldfarb, presidente de la Sociedad Brasileña de Historia de la Ciencia, es que “ningún científico entra en el laboratorio sin una visión de mundo más compleja. El hecho de que la ciencia funciona sobre bases experimentales no significa que el científico no tenga creencias o presupuestos sobre la realidad” (Época, 27/12/99).
Eso explica porque, entre los científicos, hay creyentes y ateos (como entre la población en general). Si la existencia de Dios (o Su inexistencia) fuera algo demostrable en los dominios de la ciencia (galileana), sólo habría un grupo de científicos: crédulos o incrédulos.
Para Zichichi, Dios trascende la lógica matemática y la ciencia. Por eso, “es inconcebible que pueda ser descubierto por la lógica matemática o por la ciencia. La lógica matemática puede descubir todo lo que hace parte de las matemáticas. Y la ciencia, todo lo que hace parte de la ciencia. ... El ateo, en verdad, dice: ‘Por amor a la lógica, no puedo aceptar la existencia de Dios.’ Pero el rigor lógico no consigue demostrar que Dios no existe” (p. 159 y 162). Cuando la “ciencia” opta por excluir el concepto de un Creador, deja claro, con eso, que no es una búsqueda abierta de la verdad, como tantas veces quiere parecer ser.
En verdad, todo sería más claro (y lógico) si las personas admitieran, como hizo Galileo, que tanto la naturaleza como las Sagradas Escrituras son obra del mismo Autor y, aunque utilicen lenguaje diferente (pero apuntan para el amor y poder de Dios), no es contradictorio para el observador atento. “No sabemos qué y cuánto desconocemos”, escribió el zoólogo Dr. Ariel Roth. “La verdad precisa ser buscada, y debía hacer sentido en todos los campos. Debido a ser tan amplia, la verdad abarca toda la realidad; y nuestros esfuerzos por encontrarlas deberían también ser amplios” (Origens, p. 51).
Michelson Borges es periodista, autor de los libros A História da Vida (La Historia de la Vida), Por que Creio (Porque creo) y Nos Bastidores da Mídia (En los Bastidores de los Medios), y miembro de la Sociedad Creacionista Brasileña. Su blog: www.michelsonborges.com
Traducido por Cleber Reis (Uberlândia – MG/Brasil)
e-mail: cleber_alphaidiomas@yahoo.com.br
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