“¿Quién eres, Señor?” (Hechos 9:5). Esa fue la pregunta hecha por el apóstol Pablo, caído al suelo, en medio del polvo del camino que llevaba a la ciudad de Damasco, mientras escuchaba una poderosa voz que venía del Cielo. Una intensa luz le dificultaba mantener los ojos abiertos. La respuesta vino pronto: “Yo soy Jesús, a quien tú persigues.”
Probablemente nos hemos preguntado alguna vez (quizás cuando niño): “¿Quién es el padre de Dios?”, “¿Dónde vive Dios?”, “¿Cómo es posible que alguien no tenga comienzo y fin?”. Al crecer, muchas personas dejan de lado esas preguntas, tal vez por estar, de algún modo, preocupadas con los quehaceres de la vida y ya no tienen tiempo para los “viajes” teológico-filosóficos. Pero en algún rincón del alma, la pregunta básica - ¿Quién es Dios? – permanece resonando.
A lo largo de la historia, muchas personas han tenido el coraje de expresar esa indagación. Algunas, como Pablo, necesitaron “caerse del burro” del prejuicio, de las teorías, de las falsas interpretaciones y de las medias verdades, para encontrar, de hecho, la respuesta a la pregunta crucial: ¿Quién es Dios? Al abrir el corazón y la mente, esas personas se dieron cuenta de que había alturas, anchuras y profundidades respecto al carácter del Creador que jamás habían imaginado.
Quizás, más importante que preguntarse quién es Dios, es descubrir dónde encontrar tal respuesta. Para muchos, Dios no pasa de una energía impersonal y que permea todas las cosas. Y es conveniente creer en un Dios así, al final, un dios-energía no exige una relación o compromiso. “Él” está ahí para cuando “de él” necesitemos; una especie de un dios-bombero. Y no importa que tipo de vida llevemos, nada puede contrariar o entristecer una energía, ¿no es eso?
Para otras personas, la creación es el propio Dios. Dios está en todo: en la rocas, en los árboles, en los animales y en las personas. Es la doctrina panteísta: “Nosotros somos dioses.” Otra vez la conveniencia habla más alto, al final, si soy un dios, no debo satisfacción a nadie sobre mis hechos. Soy independiente y la respuesta para todos mis problemas está en mí mismo, en mis “infinitas” potencialidades’.
Para otros, aún, Dios no existe o está tan lejos que no representa casi nada en su vida. Tal vez sea un viejito de pelos blancos, sentado en un gran trueno de oro, observando nuestra triste rutina en un plan de existencia inferior y aburrido o inspeccionando nuestra vida para detectar el primer desliz.
¿Quién es Dios?, ¿Cómo lo imagina?, ¿Qué se siente respecto a él?, ¿Es posible comprenderlo? Repito otra vez: la respuesta segura para estas preguntas depende de la fuente de informaciones a la que recurrimos. Por lo tanto, jamás tendríamos condiciones de saber realmente quién es Dios si Él propio no se revelara a nosotros, los seres humanos.
En verdad, para contestar a esta pregunta básica – ¿Quién o qué es Dios? – tendríamos que ser capaces de comprender a Dios y de ofrecer una explicación satisfactoria de su Ser Divino, y esto es completamente imposible. Lo finito no puede comprender lo infinito. La pregunta de Sofar – “¿Crees que puedes penetrar en los misterios de Dios
y llegar hasta lo más profundo de su ser?” (Job 11:7) – tiene la fuerza de una fuerte negación. Fuera de la revelación de Dios en sus atributos, no tenemos, en absoluto, ningún conocimiento de su Ser Divino, aunque nuestro conocimiento esté sujeto a las limitaciones humanas.
En 1997 fue publicado en Brasil un libro escrito por el periodista Jack Miles – Dios, una biografía. En él, el autor analiza a Dios como un personaje literario, evitando las cuestiones de fe. Pienso que es ahí que Dios, una Biografía encuentra sus limitaciones. En la página 25 de su libro, Miles dice: “Los lectores céticos se preguntarán, evidentemente, si no habrá, aun en una época secular, algunas distorciones al intentar comprender a Dios en los términos que utilizamos para comprender a los seres humanos. Robert Alter escribió sobre eso: ‘Poco se gana, creo yo, al concibir el Dios bíblico... como un personaje humano – petulante, porfiado, arbitrario, impulsivo o lo que sea. Lo que los autores bíblicos repiten a todo tiempo es que no se puede entender a Dios en términos humanos.’”
“Pero Alter exagera.” – continúa Miles – “Una de las primeras afirmaciones que todo escritor bíblico hace sobre Dios es que la humanidad es la imagen de Dios – una inconfundible invitación para atribuir algún sentido a Dios en términos humanos.”
De hecho, el hombre es la “imagen y semejanza” de Dios. Sin embargo, es imposible estudiar la Biblia y a Dios sin llevarse en cuenta el telón de fondo del gran conflicto cósmico entre el bien y el mal y la consecuente caída del hombre. En todas las Sagradas Escrituras vemos a un Dios de amor en busca de sus hijos errantes. Dios no “mide esfuerzo” para buscar a sus hijos.. Por veces, Dios se ve “obligado” a utilizar el propio lenguaje humano (hasta el de la violencia) a fin de hacerse entender, aunque corriendo el riesgo se ser mal interpretado (como efectivamente lo fue y sigue siendo, muchas veces).
Utilizándose de hombres y mujeres santos, Dios le concedió a la humanidad vislumbres de su persona y carácter. Lo suficiente, al menos, para que nosotros pudiéramos entender y comprender su plan para el universo y para nuestra vida. Y ese plan está escrito en un libro singular, divino-humano, llamado Biblia.
LA SUPREMA REVELACIÓN ESCRITA
Históricamente es imposible negar la autenticidad de la Biblia. Sin embargo, cuando se trata de la inspiración divina, aunque no haya evidencias, eso es algo que debemos aceptar por la fe. Personalmente, prefiero aceptar la revelación de Dios a través de un libro que ha resistido los siglos y posee poder transformador de vidas que creer en opiniones sin fundamento de autores puramente humanos, interesados en crear un dios a su imagen y semejanza.
Se puede notar, también, que la Biblia ha sido utilizada por personas de todas las épocas y de todas las culturas, y sus profecías son más actuales que los noticieros de la mañana. Por más que se esfuercen, los autores de libros publicados sobre Dios, que no toman las Sagradas Escrituras como una referencia dentro de los patrones hermenéuticos, no consiguen llegar cerca del Dios trascendente y todo poderoso allí revelado.
VISLUMBRES DEL INFINITO
Varios personajes bíblicos tuvieron la oportunidad de vislumbrar a Dios. Algunos, aún, intentaron describirlo, aunque está claro, por la lectura de los textos, que el lenguaje humano a menudo encuentra límites en esos casos. Consideremos los ejemplos de Isaías (6:17), Ezequiel (1:26-28; 2:1), Daniel (7:9 e 10) y Juan (Ap 1:12-17). Además del lenguaje profundamente simbólico, esos cuatro textos tienen otros elementos comunes.
• Dios es, indudablemente, una Persona.
• Su aspecto es glorioso, resplandescente.
• Delante de su majestuosa y pura presencia, el hombre percibe toda su pecaminosidad e impureza.
• En su amor y cariño, Dios perdona y restablece las fuerzas de los profetas (Isaías, Ezequiel, Daniel y Juan).
En el Antiguo Testamento las manifestaciones de Dios generalmente estaban acompañadas de grandes demostraciones de poder. El Diluvio del Génesis, la destrucción de Sodoma y Gomorra, los truenos, relámpagos y terremoto que acompañaron la entrega de la ley en el Sinaí, etc.. Existen excepciones que llaman la atención como 1 Reyes 19:11-13: “En aquel momento pasó el Señor, y un viento fuerte y poderoso desgajó la montaña y partió las rocas ante el Señor; pero el Señor no estaba en el viento. Después del viento hubo un terremoto; pero el Señor tampoco estaba en el terremoto. Y tras el terremoto hubo un fuego; pero el Señor no estaba en el fuego. Pero después del fuego se oyó un sonido suave y delicado. Al escucharlo, Elías se cubrió la cara con su capa...”
La forma como Dios se presentó confunde algunas personas al leer sobre Cristo, la “imagen misma del ser de Dios” (Hb 1:3), en el Antiguo Testamento. ¿Cómo se harmoniza el Dios del Sinaí con el Hijo de Dios del Monte de los Olivos?
Muchos desisten de buscar a Dios al depararse con preguntas como esas. Pero aquí sólo empieza la búsqueda. Cuando leemos la Biblia con las “gafas del amor”, percibimos que en todas las altitudes de Dios (hasta en las más drásticas) el amor fue la pieza fundamental. Al mantener una relación de comunión y amistad con Dios, pasamos a ver las cosas de otra manera.
Pocos seres humanos establecieron una relación tan íntima con el Creador como Moisés. Moisés hablaba con Dios (ver Éxodo 19). Y quería más: “¡Déjame ver tu gloria!” (Éx 33:18) – suplicó Moisés. Pero Dios contestó: “Voy a hacer pasar toda mi bondad delante de ti, y delante de ti pronunciaré mi nombre... Pero te advierto que no podrás ver mi rostro, porque ningún hombre podrá verme y seguir viviendo... aquí junto a mí hay un lugar. Ponte de pie sobre la roca. Cuando pase mi gloria, te pondré en un hueco de la roca y te cubriré con mi mano hasta que yo haya pasado. Después quitaré mi mano, y podrás ver mis espaldas; pero mi rostro no debe ser visto.”
¡Qué gran privilegio! Además de hablar con Dios, Moisés pudo contemplarlo, parcialmente. Que ese sea, también, nuestro deseo: que cada día tengamos más ganas de conocer a Dios y hacer de él nuestro mejor amigo. En las palabras de Oseas: “¡Esforcémonos por conocer al Señor!” (Os 6:3); pero acuérdense de que “para acercarse a Dios es necesario creer que existe y que recompensa a quienes le buscan” (Hb 11:6). Dios se revela a los que le buscan de corazón. Esté seguro de eso, al final, “Dios es amor” (1 Juan 4:8).
Michelson Borges, periodista, redactor de la Casa Publicadora Brasileña y editor del sitio www.criacionismo.com.br
Traducido por Cleber Reis (Uberlândia – MG/Brasil)
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