La mejor manera de evitarse las ETS es aún uno de los más antiguos y seguros consejos
Jerusa desconfiaba de que su marido tenía aventuras extraconyugales. Desde 1993, él presentaba síntomas raros. Fue ingresado varias veces con crisis de herpes zóster y tuberculosis. Cuando ella también resolvió hacer un examen médico, vino la terrible revelación: estaba contaminada por el SIDA.
“Me quedé en estado de shock” – dijo Jerusa. – “Sólo conseguía llorar y pasé a pensar que iba a morir al día siguiente. Yo me sentía impotente, injusticiada, avergonzada. No era promiscua, no había recibido transfusión de sangre, no usaba drogas de ningún tipo, ni inyectables.” Y Jerusa concluye que sólo podría haber contraído el SIDA de una única manera: haciendo sexo con el hombre con quien llevaba diez años juntos. “Estoy pagando por el placer que mi cónyuge fue a buscar fuera de casa”, desahoga.
Esta trágica declaración fue dada por una mujer de 38 años para una revista de circulación nacional el fin del año pasado. Y es sólo una entre miles de casos semejantes, al final, según estudios recientes, siete de cada diez mujeres con SIDA son infectadas por sus propios maridos anualmente.
En 1985, había una mujer contaminada para cada grupo de 25 hombres. Hoy, la relación es de una mujer para cada dos hombres. Entre las mujeres casadas, la enfermedad creció en proporciones alarmantes en los últimos años. Mientras que en otros grupos de riesgo hubo una ligera caída en el número de contaminaciones, entre las mujeres contaminadas todos los días, ocho de ellas en relaciones monogámicas. Con eso, el concepto de grupo de riesgo acaba de ser ampliado.
“Yo sé que acabé con la vida de mi esposa y me arrepiento mucho”, afirma un ingeniero paulista. “Mi hija está creciendo con dos padres con riesgo de muerte.” Cuando descubrió que estaba infectado por el SIDA, él dejó su empleo y se cambió con su familia a una ciudad pequeña. Aún así, el matrimonio no duró más que un año.
Relacionándose con el pasado
El problema no se aplica sólo a las relaciones extraconyugales. El caso de Mary ilustra muy bien otra situación que puede llevar a la tragedia. Ella conoció a su marido en una iglesia evangélica en 1988. Un año después se casaron. Ella era virgen, enamorada y llena de sueños como toda novia. “En esa época” – dice ella – “no se hablaba tanto sobre el SIDA como hoy, y no hicimos el test.” El problema es que, antes de que se conocieran, el esposo de Mary se había relacionado sexualmente con varias mujeres sin protegerse. En el primer semestre de 1985, él empezó a adelgazarse mucho y nadie sabía lo que él tenía. Un examen médico resolvió el enigma: ambos estaban infectados por el SIDA.
Mary descubrió, de la forma más difícil, que en un casamiento el cónyuge también, se relaciona con el pasado de su pareja. “Si pudiera volver atrás, me iría a otra dirección”, dijo ella.
Para quienes aún tienen tiempo de arrepentirse, ¿qué otra dirección se puede dar a la vida? Al final, ¿existe sexo seguro? Sí, existe. Pero infelizmente es un tipo de abordaje que los medios de comunicación dejan de lado hace ya mucho tiempo: la fidelidad conyugal.
Normalizando lo anormal
Estamos pagando el precio por la intensa liberación sexual de nuestros días. Lo que no falta son teorías (excusas) antropológicas y biológicas para explicar la “irresistible atracción” del hombre por la mujer que no es suya. Algunos llegan a defender que la traición es un imperativo genético, una forma para que el hombre propague sus genes. Pero las mujeres no están ni ahí con lo que dicen los evolucionistas. Ser blanco de infidelidad conyugal lastima, provoca desconfianza y miedo de que eso ocurra otra vez.
La infidelidad es tan “común”, que casi no hay personas en el mundo que no haya sido (o por lo menos no conozca alguien) engañada. Por eso la literatura, el cine y la televisión ha explorado el tema exhaustivamente (y contribuido para su “normalización”). De Madame Bovary, la heroína del romance de Gustave Flaubert, que causó furor e indignación entre los franceses en el siglo pasado, hasta la historia real y grandemente explorada por los medios de los casos amorosos del presidente Bill Clinton, adulterio siempre causa polémica y aumenta la audiencia.
Antes de encaminarse por este atajo de la satisfacción egoísta, uno debería preguntarse a sí mismo:
¿Vale la pena causar tanto dolor al corazón de la pareja inocente? Marina Colasanti escribió un poema que empieza con las siguientes palabras: “Tengo un hematoma en el alma que nada lo disuelve / Soy de la estirpe de las mujeres engañadas.”
¿Merecen los hijos llevar ese trauma por el resto de su vida?
¿Vale la pena echarse a perder su respeto propio y su auto imagen delante de la familia y de la comunidad?
Caso el cónyuge sea incapaz de perdonarlo, ¿vale la pena perderlo para siempre por causa de un momento fugaz?
¿Es justo que, por una actitud irresponsable, la pareja sufra los síntomas de una enfermedad venérea o muera contaminada por el cónyuge infiel?
Además, existe el problema de las memorias que permanecen rondando los pensamientos y amenazando la intimidad conyugal; las dificultades con la persona con quien se cometió adulterio; y la posibilidad de un embarazo indeseado, que traería un niño inocente, fruto de una relación ilícita.
Fidelidad y pureza
Por esos y otros motivos es que la fidelidad conyugal y la abstinencia sexual antes del matrimonio aún son las mejores maneras de prevenir disgustos futuros. Cuando el apóstol Pablo nos aconseja a huir de la impureza (1 Corintios 6:18), él no está dándonos sólo una lección de moralismo anticuado sino, en verdad, está revelándonos la fórmula de felicidad conyugal y el secreto de una buena relación a dos (tanto el noviazgo, el compromiso como el matrimonio).
El cultivo del diálogo y del amor en el matrimonio también es fundamental. El matrimonio, como otras instituciones, pasa por ciclos. La pasión en la luna de miel, la adaptación a la vida a dos en los primeros años, el primer hijo alrededor del cuarto año y, en determinado momento, la famosa “crisis de los siete años”. Los dos se preguntan – quizás inconscientemente – si valió la pena el esfuerzo que hicieron en el pasado y si el matrimonio merece una oportunidad en el futuro. Es la vieja historia: ellas esperan por un romance, ellos quieren más sexo. Surge, entonces, la excusa para la infidelidad.
Es por eso que el cultivo del amor y la comprensión de las diferencias físicas, psicológicas y emocionales del sexo opuesto son de fundamental importancia en el matrimonio. Si existe una relación así, no hay lugar para la infidelidad. Y si, por ventura hubo en el pasado, hagan los debidos exámenes preventivos y no se olviden: nunca es demasiado tarde para reempezar una relación, sin miedo a ser feliz.
Michelson Borges, periodista, redactor de la Casa Publicadora Brasileña y editor del sitio www.criacionismo.com.br
Traducido por Cleber Reis (Uberlândia – MG/Brasil)
e-mail: cleber_alphaidiomas@yahoo.com.br
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