martes, 18 de diciembre de 2007

Guerra en familia

Una pareja de la ciudad de Grenoble, en Francia, apenas cree en el recado que acaba de recibir. Su hijo Eric, de 21 años, está abriendo un proceso judicial contra ellos. “Mi marido se rió. Creía que ningún juez llevaría eso en serio”, cuenta la esposa. Estudiante de ciencias sociales, el joven salió de casa en medio de una discusión que acusó a su familia, entre otras cosas, de “falta de madurez política”. Después de quedarse tres meses en la casa de la madre de su novia, accionó la familia judicialmente, alegando abandono de sustento. Ganó el derecho a recibir de los padres lo que equivale a mil reales mensuales. Eric, que hoy vive con su novia, sólo habla con la familia por intermedio de sus abogados.

Lionel Delbech, policía, también pasó por una experiencia igualmente amarga. Procesado judicialmente por su hija de 19 años, dice que no se olvida el día que estuvo frente a frente con ella en el tribunal. “No podía parar de llorar”, cuenta. Condenado en primera instancia, consiguió revertir su sentencia después de probar que la joven había abandonado los estudios y que el motivo de la acción era el plan de vivir con su novio. “Hasta hoy no consigo hablar con ella”, dice el policía.

Llevar a los padres al tribunal está de moda en Francia. En un sólo año casi dos mil jóvenes procesaron a sus padres para que estos les dieran una paga, lo que por allí es legitimado por ley. El artículo 203 del código civil establece que las familias tienen el deber de sostener a sus hijos hasta que encuentren un empleo estable. “Es la justicia patrocinando la desintegración de la familia”, se queja Hillary Rocca, casada con el ingeniero Patrick Rocca, ambos debidamente encuadrados.

Con amparo legal o no, lo que se nota en todo el mundo es la creciente falta de respeto por parte de los hijos y la consecuente fragilidad de las relaciones familiares.

Hay un verdadero abismo entre las relaciones familiares de los tiempos modernos y las de épocas bíblicas. En aquellos tiempos, la consideración por la opinión y la experiencia paterna era tan grande que a menudo los hijos permitían que sus padres eligieran su cónyuge. Es lo que pasó a Isaac. Su padre, Abraham, de avanzada edad, preocupado con el futuro de su hijo, envió a uno de sus ayudantes, que gobernaba todo lo que el patriarca poseía, a buscar una esposa para Isaac. Y la historia tuvo un fin feliz, siendo Rebeca una bendición al “hijo de la promesa”.

El respeto a los padres es algo tan importante que existe un mandamiento, entre los diez, que ordena: “Honra a tu padre y a tu madre” (Éxo. 20:12). Uno de los propósitos de este mandamiento es crear respeto por toda autoridad legítima. Está claro que, para que sean respetados Pablo habla sobre los dos lados de la cuestión: los hijos deben honrar a sus padres y los padres no deben hacer enojar a sus hijos. Sería muy bueno que las familias modernas dieran más atención a las recomendaciones bíblicas cuanto a las relaciones familiares.

Triste como pueda ser la condición actual de muchas familias, esa situación se constituye en una de las claras evidencias de la pronta venida de Jesucristo. El apóstol Pablo afirmó que, en los últimos días, las personas “desobedecerán a sus padres” (2 Tim. 3:2) Como Jesús vendrá para restablecer las condiciones de vida que había antes del pecado, uno de sus objetivos será acabar con la “guerra en familia” y establecer la gran familia de los salvos. Eternamente en paz. Eternamente feliz.

Michelson Borges, periodista, redactor de la Casa Publicadora Brasileña y editor del sitio www.criacionismo.com.br

Traducido del portugués por Cleber Reis (Uberlândia – MG / Brasil)
e-mail: cleber_alphaidiomas@yahoo.com.br
blog: www.cleberagenda.blogspot.com

jueves, 13 de diciembre de 2007

Nacidos uno para el otro... y nada más

La mejor manera de evitarse las ETS es aún uno de los más antiguos y seguros consejos

Jerusa desconfiaba de que su marido tenía aventuras extraconyugales. Desde 1993, él presentaba síntomas raros. Fue ingresado varias veces con crisis de herpes zóster y tuberculosis. Cuando ella también resolvió hacer un examen médico, vino la terrible revelación: estaba contaminada por el SIDA.

“Me quedé en estado de shock” – dijo Jerusa. – “Sólo conseguía llorar y pasé a pensar que iba a morir al día siguiente. Yo me sentía impotente, injusticiada, avergonzada. No era promiscua, no había recibido transfusión de sangre, no usaba drogas de ningún tipo, ni inyectables.” Y Jerusa concluye que sólo podría haber contraído el SIDA de una única manera: haciendo sexo con el hombre con quien llevaba diez años juntos. “Estoy pagando por el placer que mi cónyuge fue a buscar fuera de casa”, desahoga.

Esta trágica declaración fue dada por una mujer de 38 años para una revista de circulación nacional el fin del año pasado. Y es sólo una entre miles de casos semejantes, al final, según estudios recientes, siete de cada diez mujeres con SIDA son infectadas por sus propios maridos anualmente.

En 1985, había una mujer contaminada para cada grupo de 25 hombres. Hoy, la relación es de una mujer para cada dos hombres. Entre las mujeres casadas, la enfermedad creció en proporciones alarmantes en los últimos años. Mientras que en otros grupos de riesgo hubo una ligera caída en el número de contaminaciones, entre las mujeres contaminadas todos los días, ocho de ellas en relaciones monogámicas. Con eso, el concepto de grupo de riesgo acaba de ser ampliado.

“Yo sé que acabé con la vida de mi esposa y me arrepiento mucho”, afirma un ingeniero paulista. “Mi hija está creciendo con dos padres con riesgo de muerte.” Cuando descubrió que estaba infectado por el SIDA, él dejó su empleo y se cambió con su familia a una ciudad pequeña. Aún así, el matrimonio no duró más que un año.

Relacionándose con el pasado

El problema no se aplica sólo a las relaciones extraconyugales. El caso de Mary ilustra muy bien otra situación que puede llevar a la tragedia. Ella conoció a su marido en una iglesia evangélica en 1988. Un año después se casaron. Ella era virgen, enamorada y llena de sueños como toda novia. “En esa época” – dice ella – “no se hablaba tanto sobre el SIDA como hoy, y no hicimos el test.” El problema es que, antes de que se conocieran, el esposo de Mary se había relacionado sexualmente con varias mujeres sin protegerse. En el primer semestre de 1985, él empezó a adelgazarse mucho y nadie sabía lo que él tenía. Un examen médico resolvió el enigma: ambos estaban infectados por el SIDA.

Mary descubrió, de la forma más difícil, que en un casamiento el cónyuge también, se relaciona con el pasado de su pareja. “Si pudiera volver atrás, me iría a otra dirección”, dijo ella.

Para quienes aún tienen tiempo de arrepentirse, ¿qué otra dirección se puede dar a la vida? Al final, ¿existe sexo seguro? Sí, existe. Pero infelizmente es un tipo de abordaje que los medios de comunicación dejan de lado hace ya mucho tiempo: la fidelidad conyugal.

Normalizando lo anormal

Estamos pagando el precio por la intensa liberación sexual de nuestros días. Lo que no falta son teorías (excusas) antropológicas y biológicas para explicar la “irresistible atracción” del hombre por la mujer que no es suya. Algunos llegan a defender que la traición es un imperativo genético, una forma para que el hombre propague sus genes. Pero las mujeres no están ni ahí con lo que dicen los evolucionistas. Ser blanco de infidelidad conyugal lastima, provoca desconfianza y miedo de que eso ocurra otra vez.

La infidelidad es tan “común”, que casi no hay personas en el mundo que no haya sido (o por lo menos no conozca alguien) engañada. Por eso la literatura, el cine y la televisión ha explorado el tema exhaustivamente (y contribuido para su “normalización”). De Madame Bovary, la heroína del romance de Gustave Flaubert, que causó furor e indignación entre los franceses en el siglo pasado, hasta la historia real y grandemente explorada por los medios de los casos amorosos del presidente Bill Clinton, adulterio siempre causa polémica y aumenta la audiencia.

Antes de encaminarse por este atajo de la satisfacción egoísta, uno debería preguntarse a sí mismo:

¿Vale la pena causar tanto dolor al corazón de la pareja inocente? Marina Colasanti escribió un poema que empieza con las siguientes palabras: “Tengo un hematoma en el alma que nada lo disuelve / Soy de la estirpe de las mujeres engañadas.”

¿Merecen los hijos llevar ese trauma por el resto de su vida?

¿Vale la pena echarse a perder su respeto propio y su auto imagen delante de la familia y de la comunidad?

Caso el cónyuge sea incapaz de perdonarlo, ¿vale la pena perderlo para siempre por causa de un momento fugaz?

¿Es justo que, por una actitud irresponsable, la pareja sufra los síntomas de una enfermedad venérea o muera contaminada por el cónyuge infiel?

Además, existe el problema de las memorias que permanecen rondando los pensamientos y amenazando la intimidad conyugal; las dificultades con la persona con quien se cometió adulterio; y la posibilidad de un embarazo indeseado, que traería un niño inocente, fruto de una relación ilícita.

Fidelidad y pureza

Por esos y otros motivos es que la fidelidad conyugal y la abstinencia sexual antes del matrimonio aún son las mejores maneras de prevenir disgustos futuros. Cuando el apóstol Pablo nos aconseja a huir de la impureza (1 Corintios 6:18), él no está dándonos sólo una lección de moralismo anticuado sino, en verdad, está revelándonos la fórmula de felicidad conyugal y el secreto de una buena relación a dos (tanto el noviazgo, el compromiso como el matrimonio).

El cultivo del diálogo y del amor en el matrimonio también es fundamental. El matrimonio, como otras instituciones, pasa por ciclos. La pasión en la luna de miel, la adaptación a la vida a dos en los primeros años, el primer hijo alrededor del cuarto año y, en determinado momento, la famosa “crisis de los siete años”. Los dos se preguntan – quizás inconscientemente – si valió la pena el esfuerzo que hicieron en el pasado y si el matrimonio merece una oportunidad en el futuro. Es la vieja historia: ellas esperan por un romance, ellos quieren más sexo. Surge, entonces, la excusa para la infidelidad.

Es por eso que el cultivo del amor y la comprensión de las diferencias físicas, psicológicas y emocionales del sexo opuesto son de fundamental importancia en el matrimonio. Si existe una relación así, no hay lugar para la infidelidad. Y si, por ventura hubo en el pasado, hagan los debidos exámenes preventivos y no se olviden: nunca es demasiado tarde para reempezar una relación, sin miedo a ser feliz.

Michelson Borges, periodista, redactor de la Casa Publicadora Brasileña y editor del sitio www.criacionismo.com.br

Traducido por Cleber Reis (Uberlândia – MG/Brasil)
e-mail: cleber_alphaidiomas@yahoo.com.br
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viernes, 7 de diciembre de 2007

Dios es amigo

“¿Quién eres, Señor?” (Hechos 9:5). Esa fue la pregunta hecha por el apóstol Pablo, caído al suelo, en medio del polvo del camino que llevaba a la ciudad de Damasco, mientras escuchaba una poderosa voz que venía del Cielo. Una intensa luz le dificultaba mantener los ojos abiertos. La respuesta vino pronto: “Yo soy Jesús, a quien tú persigues.”

Probablemente nos hemos preguntado alguna vez (quizás cuando niño): “¿Quién es el padre de Dios?”, “¿Dónde vive Dios?”, “¿Cómo es posible que alguien no tenga comienzo y fin?”. Al crecer, muchas personas dejan de lado esas preguntas, tal vez por estar, de algún modo, preocupadas con los quehaceres de la vida y ya no tienen tiempo para los “viajes” teológico-filosóficos. Pero en algún rincón del alma, la pregunta básica - ¿Quién es Dios? – permanece resonando.

A lo largo de la historia, muchas personas han tenido el coraje de expresar esa indagación. Algunas, como Pablo, necesitaron “caerse del burro” del prejuicio, de las teorías, de las falsas interpretaciones y de las medias verdades, para encontrar, de hecho, la respuesta a la pregunta crucial: ¿Quién es Dios? Al abrir el corazón y la mente, esas personas se dieron cuenta de que había alturas, anchuras y profundidades respecto al carácter del Creador que jamás habían imaginado.

Quizás, más importante que preguntarse quién es Dios, es descubrir dónde encontrar tal respuesta. Para muchos, Dios no pasa de una energía impersonal y que permea todas las cosas. Y es conveniente creer en un Dios así, al final, un dios-energía no exige una relación o compromiso. “Él” está ahí para cuando “de él” necesitemos; una especie de un dios-bombero. Y no importa que tipo de vida llevemos, nada puede contrariar o entristecer una energía, ¿no es eso?

Para otras personas, la creación es el propio Dios. Dios está en todo: en la rocas, en los árboles, en los animales y en las personas. Es la doctrina panteísta: “Nosotros somos dioses.” Otra vez la conveniencia habla más alto, al final, si soy un dios, no debo satisfacción a nadie sobre mis hechos. Soy independiente y la respuesta para todos mis problemas está en mí mismo, en mis “infinitas” potencialidades’.

Para otros, aún, Dios no existe o está tan lejos que no representa casi nada en su vida. Tal vez sea un viejito de pelos blancos, sentado en un gran trueno de oro, observando nuestra triste rutina en un plan de existencia inferior y aburrido o inspeccionando nuestra vida para detectar el primer desliz.

¿Quién es Dios?, ¿Cómo lo imagina?, ¿Qué se siente respecto a él?, ¿Es posible comprenderlo? Repito otra vez: la respuesta segura para estas preguntas depende de la fuente de informaciones a la que recurrimos. Por lo tanto, jamás tendríamos condiciones de saber realmente quién es Dios si Él propio no se revelara a nosotros, los seres humanos.

En verdad, para contestar a esta pregunta básica – ¿Quién o qué es Dios? – tendríamos que ser capaces de comprender a Dios y de ofrecer una explicación satisfactoria de su Ser Divino, y esto es completamente imposible. Lo finito no puede comprender lo infinito. La pregunta de Sofar – “¿Crees que puedes penetrar en los misterios de Dios
y llegar hasta lo más profundo de su ser?” (Job 11:7) – tiene la fuerza de una fuerte negación. Fuera de la revelación de Dios en sus atributos, no tenemos, en absoluto, ningún conocimiento de su Ser Divino, aunque nuestro conocimiento esté sujeto a las limitaciones humanas.

En 1997 fue publicado en Brasil un libro escrito por el periodista Jack Miles – Dios, una biografía. En él, el autor analiza a Dios como un personaje literario, evitando las cuestiones de fe. Pienso que es ahí que Dios, una Biografía encuentra sus limitaciones. En la página 25 de su libro, Miles dice: “Los lectores céticos se preguntarán, evidentemente, si no habrá, aun en una época secular, algunas distorciones al intentar comprender a Dios en los términos que utilizamos para comprender a los seres humanos. Robert Alter escribió sobre eso: ‘Poco se gana, creo yo, al concibir el Dios bíblico... como un personaje humano – petulante, porfiado, arbitrario, impulsivo o lo que sea. Lo que los autores bíblicos repiten a todo tiempo es que no se puede entender a Dios en términos humanos.’”

“Pero Alter exagera.” – continúa Miles – “Una de las primeras afirmaciones que todo escritor bíblico hace sobre Dios es que la humanidad es la imagen de Dios – una inconfundible invitación para atribuir algún sentido a Dios en términos humanos.”

De hecho, el hombre es la “imagen y semejanza” de Dios. Sin embargo, es imposible estudiar la Biblia y a Dios sin llevarse en cuenta el telón de fondo del gran conflicto cósmico entre el bien y el mal y la consecuente caída del hombre. En todas las Sagradas Escrituras vemos a un Dios de amor en busca de sus hijos errantes. Dios no “mide esfuerzo” para buscar a sus hijos.. Por veces, Dios se ve “obligado” a utilizar el propio lenguaje humano (hasta el de la violencia) a fin de hacerse entender, aunque corriendo el riesgo se ser mal interpretado (como efectivamente lo fue y sigue siendo, muchas veces).

Utilizándose de hombres y mujeres santos, Dios le concedió a la humanidad vislumbres de su persona y carácter. Lo suficiente, al menos, para que nosotros pudiéramos entender y comprender su plan para el universo y para nuestra vida. Y ese plan está escrito en un libro singular, divino-humano, llamado Biblia.

LA SUPREMA REVELACIÓN ESCRITA

Históricamente es imposible negar la autenticidad de la Biblia. Sin embargo, cuando se trata de la inspiración divina, aunque no haya evidencias, eso es algo que debemos aceptar por la fe. Personalmente, prefiero aceptar la revelación de Dios a través de un libro que ha resistido los siglos y posee poder transformador de vidas que creer en opiniones sin fundamento de autores puramente humanos, interesados en crear un dios a su imagen y semejanza.

Se puede notar, también, que la Biblia ha sido utilizada por personas de todas las épocas y de todas las culturas, y sus profecías son más actuales que los noticieros de la mañana. Por más que se esfuercen, los autores de libros publicados sobre Dios, que no toman las Sagradas Escrituras como una referencia dentro de los patrones hermenéuticos, no consiguen llegar cerca del Dios trascendente y todo poderoso allí revelado.

VISLUMBRES DEL INFINITO

Varios personajes bíblicos tuvieron la oportunidad de vislumbrar a Dios. Algunos, aún, intentaron describirlo, aunque está claro, por la lectura de los textos, que el lenguaje humano a menudo encuentra límites en esos casos. Consideremos los ejemplos de Isaías (6:17), Ezequiel (1:26-28; 2:1), Daniel (7:9 e 10) y Juan (Ap 1:12-17). Además del lenguaje profundamente simbólico, esos cuatro textos tienen otros elementos comunes.

• Dios es, indudablemente, una Persona.
• Su aspecto es glorioso, resplandescente.
• Delante de su majestuosa y pura presencia, el hombre percibe toda su pecaminosidad e impureza.
• En su amor y cariño, Dios perdona y restablece las fuerzas de los profetas (Isaías, Ezequiel, Daniel y Juan).

En el Antiguo Testamento las manifestaciones de Dios generalmente estaban acompañadas de grandes demostraciones de poder. El Diluvio del Génesis, la destrucción de Sodoma y Gomorra, los truenos, relámpagos y terremoto que acompañaron la entrega de la ley en el Sinaí, etc.. Existen excepciones que llaman la atención como 1 Reyes 19:11-13: “En aquel momento pasó el Señor, y un viento fuerte y poderoso desgajó la montaña y partió las rocas ante el Señor; pero el Señor no estaba en el viento. Después del viento hubo un terremoto; pero el Señor tampoco estaba en el terremoto. Y tras el terremoto hubo un fuego; pero el Señor no estaba en el fuego. Pero después del fuego se oyó un sonido suave y delicado. Al escucharlo, Elías se cubrió la cara con su capa...”

La forma como Dios se presentó confunde algunas personas al leer sobre Cristo, la “imagen misma del ser de Dios” (Hb 1:3), en el Antiguo Testamento. ¿Cómo se harmoniza el Dios del Sinaí con el Hijo de Dios del Monte de los Olivos?

Muchos desisten de buscar a Dios al depararse con preguntas como esas. Pero aquí sólo empieza la búsqueda. Cuando leemos la Biblia con las “gafas del amor”, percibimos que en todas las altitudes de Dios (hasta en las más drásticas) el amor fue la pieza fundamental. Al mantener una relación de comunión y amistad con Dios, pasamos a ver las cosas de otra manera.

Pocos seres humanos establecieron una relación tan íntima con el Creador como Moisés. Moisés hablaba con Dios (ver Éxodo 19). Y quería más: “¡Déjame ver tu gloria!” (Éx 33:18) – suplicó Moisés. Pero Dios contestó: “Voy a hacer pasar toda mi bondad delante de ti, y delante de ti pronunciaré mi nombre... Pero te advierto que no podrás ver mi rostro, porque ningún hombre podrá verme y seguir viviendo... aquí junto a mí hay un lugar. Ponte de pie sobre la roca. Cuando pase mi gloria, te pondré en un hueco de la roca y te cubriré con mi mano hasta que yo haya pasado. Después quitaré mi mano, y podrás ver mis espaldas; pero mi rostro no debe ser visto.”

¡Qué gran privilegio! Además de hablar con Dios, Moisés pudo contemplarlo, parcialmente. Que ese sea, también, nuestro deseo: que cada día tengamos más ganas de conocer a Dios y hacer de él nuestro mejor amigo. En las palabras de Oseas: “¡Esforcémonos por conocer al Señor!” (Os 6:3); pero acuérdense de que “para acercarse a Dios es necesario creer que existe y que recompensa a quienes le buscan” (Hb 11:6). Dios se revela a los que le buscan de corazón. Esté seguro de eso, al final, “Dios es amor” (1 Juan 4:8).

Michelson Borges, periodista, redactor de la Casa Publicadora Brasileña y editor del sitio www.criacionismo.com.br

Traducido por Cleber Reis (Uberlândia – MG/Brasil)
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