martes, 13 de noviembre de 2007

La fuerza de la convivencia

Ser joven en los días actuales no es nada fácil. Quizás en ninguna otra época de la historia haya sido tan difícil. Las estanterías de los malos pensamientos y malos hábitos están llenas y esperándonos en cada esquina de la vida. No es necesario andar mucho para ser desafiado y puesto a prueba: prendemos la TV y allí está el “mundo” sugiriéndonos (casi imponiendo) su estilo de vida; giramos el dial de la radio y (descontando algunas raras estaciones) sólo encontramos músicas sin sentido para quienes buscan vivir un estilo de vida cristiano; navegamos por Internet y si no somos bastante objetivos, tropezamos en basura de toda especie.

De hecho, la tentación está ahí. Satanás sabe que dispone de poquísimo tiempo y está usando sus últimas y más poderosas “cartas” para enredar el mayor número posible de personas. Parece una contradicción cuando Juan escribe que nosotros, jóvenes, somos fuertes (ver 1 Juan 2:14) cuando, en verdad, la mayoría de las veces nos sentimos como un mosquito en el ojo del huracán.

Pero, al mismo tiempo que el sentimiento de impotencia frente a las insinuaciones del maligno es algo perfectamente normal para nosotros – meros mortales dependientes -, es digno de nota el hecho de que Dios haya registrado en las Sagradas Escrituras la historia de jóvenes que, como todos los demás de todas las épocas, pasaron por pruebas aparentemente imposibles de ser vencidas.

Y aunque viviendo en días de duras pruebas, tenemos que admitir que las dificultades por las cuales algunos jóvenes de la Biblia pasaron sobrepasan aquellas por las cuales pasamos. Al final, lo que es un examen escolar en un sábado, la voluntad de usar una ropa insinuante, una chica impía y seductora, una lectura o película impropias y atractivas, un vaso de cerveza, etc., comparados al hecho de ser separado de la familia y llevado cautivo por un pueblo raro y pagano, amenazado de muerte en una hornalla ardiente, ser tentando por una joven mujer casada cuando nadie está viendo... “Ah, pero ellos eran jóvenes santos, especiales”, alguien puede pensar. Pero acuérdate: “Lo que los hombres hicieron, hombres pueden hacer.” Sí, eran jóvenes santos. Pero sujetos a las mismas tentaciones, y carentes de las mismas necesidades básicas que nosotros. ¿Cuál es su secreto, entonces?

La victoria y sus secretos

Si hubo un joven que podría reclamar de lo que la vida le había reservado, ese era José. Era un chico mimado y “acostumbrado al tierno cuidado de su padre” (Historia de los Patriarcas y Profetas, p. 215). Tenía todo lo que quería. Pero un día la calamidad le golpeó la puerta. Los hermanos, celosos, lo vendieron a una caravana de ismaelitas que venía desde Galaad.

En Egipto, fue otra vez vendido. De esta vez al oficial del Faraón y capitán de la guardia, Potifar. Y los problemas de José estaban sólo empezando.

Imagínate en aquella situación. Arrancado del hogar paterno y llevado a una tierra extraña – y como esclavo. Aunque así, en la casa de Potifar “no se avergonzó de la religión de sus padres, y no hizo ningún esfuerzo por esconder el hecho de que adoraba a Jehová” (Ibidem, p. 216).

Era ese el secreto de José: fidelidad a Dios y a las enseñanzas de sus padres. Y eso no lo libraba de problemas. Acusado de asedio por la esposa de Potifar, fue llevado a la cárcel (habría sido muerto, si Potifar creyera en la esposa infiel). Una vez más el joven hebreo tenía motivos para reclamar de Dios, Pero no; se dejó usar por Él allí en la prisión también. Dio buen testimonio mismo en aquella situación difícil. Y tiempos después, reconocidas sus capacidades y rectitud de carácter, el Faraón le dijo: “Tú estarás sobre mi casa y por tu palabra se gobernará todo mi pueblo” (Gn 41:40).

¡Estupendo giro! De esclavo encarcelado a gobernador. Y ahí se ve que aquel joven realmente mantenía una viva unión con el Cielo, pues su carácter “soportó la prueba tanto de la adversidad como de la prosperidad” (Ibidem, p. 222). Cuando pobre, hizo de Dios su mayor tesoro. Cuando rico y poderoso, pudiendo dar lugar a la venganza y disfrutar de todos los placeres concebibles, pensó apenas en el bien que podría hacer al pueblo y en cómo podría honrar el nombre de su Dios.

Un joven de valor, fiel en todas las circunstancias y, sin embargo, esencialmente igual a cualquiera, incluso tú.

Fidelidad recompensada

Daniel y sus tres amigos hebreos vivieron momentos semejantes a los de José. Fueron igualmente hechos cautivos por un pueblo pagano, los babilónicos. En Babilonia, fueron sometidos a las más diversas tentaciones y vencieron, aunque enfrentando la muerte.

¿El secreto? “[Daniel] se arrodillaba tres veces al día, oraba y daba gracias delante de su Dios.” Dan. 6:10. Además, sabía que “no hay ninguna cosa mejor para fortalecer la inteligencia que el estudio de las Santas Escrituras” (El Camino a Cristo, p. 90).

Oración aliada al estudio de la Biblia. La fórmula es antigua, pero no existe otra. Aquí reside la fuente de poder para vencer el mal. Si estas dos cosas no te son espontáneas o agradables, pide a Dios que te ayude. Acuérdate del joven Daniel y que “él fue un brillante ejemplo de aquello que los hombres pueden llegar a ser cuando están unidos con el Dios de la sabiduría” (Santificación, p. 19).

Elena de White, en el libro Mensajes a los Jóvenes, p. 349, añade que “jamás podréis lograr un buen carácter por el mero hecho de desearlo. Sólo podrá ser obtenido con esfuerzo”. Atención a las pequeñas cosas, templanza en el vivir, desviarse del mal por el poder de Dios, hacer de la Biblia nuestra lectura número uno y de la oración un hábito placentero, he aquí nuestra “labor” diaria; el secreto de la victoria, si queremos de hecho vencer.

Transformando por la convivencia

Cuantas veces nos damos cuenta de que estamos hablando o actuando de modo semejante al de las personas con las cuales convivimos más íntimamente. Esto es perfectamente natural. Cónyuges, con el tiempo, acaban asemejándose en muchos aspectos (aprendí a gustar de mango y animales gracias a mi esposa). Es el resultado de la convivencia.

Juan era un joven muy nervioso. Lo apodaron de “Hijo del Trueno”. Ay de aquel que cruzara su camino en los malos días. Pero cuando conoció a Cristo, algo interesante le ocurrió. Juan “se acercaba a Jesús, se sentaba a su lado, se apoyaba en su pecho. Así como una flor bebe del sol y del rocío, él bebía la luz y la vida divinas. Contempló al Salvador con adoración y amor hasta que la semejanza a Cristo y la comunión con él llegaron a constituir su único deseo, y en su carácter se reflejó el carácter del Maestro” (La Educación, p. 87). ¡De Hijo del Trueno a Discípulo del Amor!

Convivencia. Esa es la solución para nuestros defectos de carácter. “Todas nuestras esperanzas actuales y futuras dependen de nuestra relación con Cristo y con Dios” (Review and Herald, 19 de agosto de 1909). Buscar la victoria sobre el pecado sin la comunión con Cristo, es intentar lo imposible. A medida que nos acercamos a Jesús, vamos siendo paulatinamente transformados a Su semejanza.

Jóvenes como Timoteo, Elena de White, Loughborough, Andrews y otros, tuvieron también sus duras experiencias en la vida, pero vencieron. Sería redundante mencionar el secreto de su victoria, pues fue el mismo de Juan, Daniel y José: amistad íntima con Cristo.

Me acuerdo con tristeza de un joven llamado William, que ayudé a llevarlo a Cristo. Fue emocionante ver como él abrazó la verdad de forma tan vibrante. Leyó el libro El Gran Conflicto en poco tiempo, le gustaba hacer la Lección de la Escuela Sabática y acompañarme a los estudios bíblicos. Pero con el tiempo algo fue ocurriendo. William no más tenía tanto placer de asistir a los cultos y volvió a asociarse a los antiguos amigos “de fuera” de la iglesia. Como yo hacía facultad en otra ciudad, nos veíamos poco. Y William acabó por abandonar la Iglesia.

La última vez que nos encontramos, él me dijo lo siguiente: “Me siento como una hormiga fuera del hormiguero.” Y él estaba cierto. Aquellos que un día conocieron la verdad y tuvieron una vislumbre – por menor que sea – de la persona maravillosa de Jesús y lo abandonaron, aunque no lo admitan, jamás serán felices. Deben volver a Cristo o, al contrario, serán “hormigas fuera del hormiguero”.

Si estás leyendo este artículo y te sientes lejos de Cristo (estés en la iglesia o no), acuérdate: seres humanos como tú, hoy y en el pasado, vencieron y vencen por la convivencia diaria con Cristo. Vuélvete para Dios ahora. Pídele perdón y fuerzas para vencer. Sé un joven de valor, pues el Señor tiene grandes planes para ti.

Michelson Borges es periodista, redactor de la Casa Publicadora Brasileña y editor del blog www.michelsonborges.com

Traducido por Cleber Reis (Uberlândia, Minas Gerais, Brasil) – Su e-mail: cleber_alphaidiomas@yahoo.com.br / Su blog: www.cleberagenda.blogspot.com
Corregido por José Arenas (Florida - Puerto Rico) – e-mail: nomeck10@yahoo.com