jueves, 8 de noviembre de 2007

El precio de la carne

Nunca he pensado que sería tan difícil hacer esa revelación a nuestra hijita de poco más de dos años. Cuando mi esposa estudiaba la Lección de la Escuela Sabática con nuestra pequeña, y le había dicho que hay personas que comen pescado, ella abrió los ojos y dijo, indignada: “No, no comen.” Para ella, los animales son nuestros amigos, y no alimento.

Estuve por un tiempo pensando sobre eso. Sobre nuestra postura – como adventistas, creacionistas y mayordomos de Dios – delante de los animales. Me acordé, entonces, de un artículo que había leído en la edición de Marzo de 2004 de la revista Superinteresante, y que tenía el título para esta reflexión.

En el texto, el periodista Dagomir Marquezi habla sobre las crueldades perpetradas contra animales. Él menciona los famosos “mercados de vida salvaje” asiáticos. Allí, animales de las más diferentes especies comparten jaulas apretadas y sin agua ni comida – un “festival de sangre, orina y heces”, en las palabras de Marquezi. Según él, las imágenes más chocantes certifican lo que esos mercados hacen a los perros, que allí son tenidos como finos manjares.

Los cocineros de esos mercados creen que la adrenalina en la sangre de los canes ablanda la carne. Cuanto más sufrimiento, más exquisito el plato. “En nombre de la carne blanda, la palabra de orden es torturar a los perros hasta la muerte”, dice el periodista. Él relata tres incidentes macabros: el de un pastor alemán siendo ahorcado en la viga de una cocina; el de un perro callejero con las patas delanteras atadas hacia atrás en el cuerpo; y el de un can flaquito, que fue zambullido en agua hirviendo aún vivo.

¿Quién dio ese derecho al ser humano? ¿Qué especie de criatura es esa que es capaz de arrojar una langosta viva en agua hirviente? ¿Que come un pescado fileteado aún vivo en su plato, en un restaurante japonés? ¿Qué derecho tenemos de prender becerros en lugares oscuros, sufriendo de anemia inducida e inmobilizados por toda su corta vida, con el fin de dar la vitela? ¿Es justo mantener gallinas apretadas en una jaula de su tamaño, siendo obligadas a comer todo el tiempo, con sus picos cortados, y sin dormir? ¿Será que nuestro paladar es tan importante así?

Como si no bastaran las crueldades contra nuestros compañeros de planeta, hay también el aspecto de la salud humana. La escritora Elena de White dijo que llegaría el momento que tendríamos que abandonar la dieta cárnea (Consejos sobre Salud, p. 450). Pienso si ese tiempo ya no ha llegado. La Sars nació en el suelo sucio de los mercados chinos. La enfermedad da la vaca loca apareció cuando el ganado fue obligado a canibalizarse. Virus mutantes saltan de la sangre de aves para la de los seres humanos sin defensas naturales. Nada menos que el 60% de la enfermedades humanas surgidas en los últimos 20 años tienen origen en el manejo inapropiados de animales.

Para intentar controlar esas enfermedades, se cometen más atrocidades: se entierran millones de aves vivas y se ahogan gatos salvajes en piscinas de desinfectantes, por ejemplo. “Provocamos el desastre y masacramos las víctimas”, dice Marquezi. “Tenemos un camino inteligente” – continúa él: - “racionalizar, humanizar y disminuir cada vez más el consumo de animales. O podemos seguir el baño de sangre. Así, todos pagaremos el precio.”

¡Palabras de alguien sin motivación religiosa! Y nosotros, ¿qué postura debemos adoptar? Consejos sobre ese tema ya nos ha sido dado abundante y equilibradamente hace un siglo, por la sierva del Señor. Veamos:

“El uso común de la carne de animales muertos ha tenido una influencia deteriorante sobre la moral así como sobre la constitución física. y una salud pobre, en una variedad de formas, revelaría ser resultado seguro del consumo de carne, si pudiera rastrearse la causa del efecto” (Manuscrito 22, 1887).

“Los alimentos preparados a base de carne perjudican la salud física, y debemos aprender a vivir sin ellos. Los que están en situación de poder seguir un régimen vegetariano, pero prefieren seguir sus propias inclinaciones en este asunto, comiendo y bebiendo como quieren, irán descuidando gradualmente la instrucción que el Señor ha dado tocante a otras fases de la verdad presente” (Consejos sobre el Régimen Alimenticio, p. 403).

“Los que han recibido instrucciones acerca de los peligros del consumo de carne, té, café y alimentos demasiado condimentados o malsanos, y quieran hacer un pacto con Dios por sacrificio, no continuarán satisfaciendo sus apetitos con alimentos que saben son malsanos” (Ibidem, p. 36).

Aunque Elena de White afirme que no se deba hacer de la alimentación cárnea una prueba de comunión (CSRA, p. 130), cabe a los líderes y a los “que están en condiciones de seguir el régimen vegetariano” dar ejemplo en ese sentido, siendo una influencia positiva delante de la gente.

Y ya que el régimen huevo-lacto-vegetariano es, por ahora, el más recomendable, también podemos tomar actitudes como comprar sólo huevos de gallinas creadas sueltas en el campo, comiendo lo que quieren con sus picos enteros. Cuando Dios nos ordenó que domináramos los animales (Gn 1:28), puso sobre nosotros una gran responsabilidad, que debe ser ejercida con sabiduría y benevolencia.

De mi parte, intentaré explicar a mi hijita que una vez, hace mucho tiempo, Dios autorizó a Noé y su familia a comer animales limpios, en una situación emergencial. Infelizmente, a los hombres les gustó que experimentaran y no pararán de matar para comer. Pero pronto, eso va a acabar.

Michelson Borges es periodista de la Casa Publicadora Brasileña (www.cpb.com.br) y miembro de la Sociedad Creacionista Brasileña (www.scb.org.br).

Traducido por Cleber Reis (Uberlândia, Minas Gerais, Brasil) – e-mail: cleber_reis@hotmail.com
Corregido por José Arenas (Florida - Puerto Rico) – e-mail: nomeck10@yahoo.com